Hay un error fundamental en la crítica que la derecha mexicana hace de la Cuarta Transformación, y por eso nadie los toma en serio. Ese error es tratar de posicionar la idea de que el gobierno de López Obrador se dirige de alguna manera hacia el socialismo, o que por lo menos realiza acciones contundentes para cambiar la manera en la que siempre se han hecho las cosas en este país. Los representantes del poder económico no deberían de preocuparse tanto. Cada vez se demuestra con más claridad que, si dejan de hacer berrinche y rinden pleitesía a la 4T, esta es capaz de perdonar y permitir la continuidad de sus actividades lucrativas.
Como programa político, la Cuarta Transformación no es maligna. Pero sí es ingenua. A AMLO todavía le podemos dar el beneficio de la duda y creerle que su objetivo principal es impulsar un proyecto social redistributivo para brindar oportunidades a los que menos tienen. Pero eso es totalmente irrelevante cuando su gabinete está lleno de intereses opuestos y de errores de diagnóstico. En realidad, casi nadie en su gobierno tiene la posibilidad o la voluntad de cambiar la desigual estructura de producción de la riqueza en el país, pues es un movimiento atorado en sus crecientes contradicciones. El Secretario de Medio Ambiente no fue el primero en decirlo, pero sí resulta preocupante que un alto funcionario del gobierno lo reconozca con tanta claridad.
Hay tres contradicciones fundamentales en la 4T: la que existe entre el presente y el pasado, la que se da entre el culto a AMLO y la democracia, y la que se presenta entre el proyecto antineoliberal y los intereses económicos dentro del gobierno.
La primera contradicción está dejando la mayoría de sus estragos en las finanzas públicas y en el medio ambiente. El presidente sigue aferrado con un proyecto del siglo pasado de recuperación de la producción con energías fósiles, confiando ciegamente en un PEMEX completamente autodestructivo y en una CFE controlada por un corrupto con intereses ocultos. La paraestatal petrolera perdió más de 600 mil millones de pesos en el primer semestre del año, mientras que la CFE mantiene en operación proyectos como el de la Termoeléctrica de Tula, que es la emisora más grande de contaminantes atmosféricos PM2.5 en América del Norte.
Lo que ocurre en materia energética solo es un ejemplo de cómo el presidente y una parte de su gabinete siguen enamorados de una idea romántica de aquel México postrevolucionario en el que la producción de petróleo representaba esperanza para las clases populares del país. En pleno 2020, empecinarse con la producción de combustibles fósiles a gran escala solo trae consigo pérdidas, daño ambiental y pobreza para la mayoría de los mexicanos.
La segunda contradicción está presente en una buena parte de los funcionarios de nivel directivo de la administración pública federal, en la mayoría de los representantes políticos del partido Morena y en los seguidores a ciegas del obradorismo en todo el país. En algún punto, el reconocimiento a la lucha de López Obrador se convirtió en una especie de práctica religiosa, en dónde cualquier cosa que salga de su boca se interpreta como dogma evangélico, cuyo cuestionamiento es considerado alta traición. Quienes predican el culto a la Cuarta Transformación cierran, de manera consciente o inconsciente, el espacio para que la crítica congruente, inteligente y transformadora pueda expresar cambios de rumbo necesarios para el proyecto. En ese sentido, la 4T adquiere un carácter completamente antidemocrático disfrazado de representación popular.
La tercera contradicción -la más importante- está en las crecientes acciones de favorecimiento del gran capital que ha logrado tejer alianzas con el gobierno. No se puede pretender la separación del poder político del poder económico cuando el jefe de la oficina de la Presidencia se la pasa presionando a funcionarios para que les hagan favores a los dueños de las mineras. Tampoco es lograble cuando se le ofrecen a las principales televisoras del país oportunidades de negocios jugosos con el sistema educativo nacional. Y de ninguna manera es posible cuando el presidente de la Comisión de Energía del Senado, de Morena, es un empresario del carbón que promueve activamente los intereses del sector a través de su cargo público.
En fin, la hipocresía.
Reconocer los profundos errores del proyecto de gobierno federal liderado por López Obrador no significa llamar a su destitución. Sin alternativas congruentes en el horizonte político-electoral actual, lo más viable por ahora es tratar de que reconozca sus errores y haga cambios, ya si no para mejorar, por lo menos para no empeorar. Romper las contradicciones de la 4T significa expulsar del proyecto a quienes solo están ahí para enriquecerse, reconocer que la transición energética -desde el ecosocialismo- es una necesidad impostergable, y aceptar el hecho de que el presidente no debe de ser idealizado ni justificado en todo momento, ya que, por el bien del país, resulta necesario señalarle sus frecuentemente terribles equivocaciones.
Corolario
Para bautizar el evento ocurrido esta semana, alguien propuso el término Suprema Combi de Justicia de la Nación. Aunque resulta tentador, debemos rechazarlo. No podemos pensar en que cuatro personas que golpean hasta la inconsciencia a su asaltante representan el heroísmo que el país necesita. Lo que sí representan es un contexto creciente de hartazgo por parte de miles de personas que luchan para conservar lo poco que tienen. Por eso, este tipo de acciones se deben de entender en sus propios términos. Y condenar hasta que otra justicia sea posible.