Todas las promesas robadas

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Ayer se conmemoró el Día Mundial contra la Trata de Personas, fecha que de manera aún modesta busca despertar conciencia sobre la magnitud de una de las formas de esclavitud más graves en la historia contemporánea de nuestras sociedades. La trata de personas es una actividad con impacto y presencia global que funciona a través de complejas redes criminales trasnacionales, y que tiene como objetivo explotar el cuerpo y la vida de sus víctimas tanto como estas sirvan para seguir generando dinero. 

En la ley, se reconocen once modalidades distintas del delito de trata de personas. Entre las más graves están las distintas formas de explotación sexual y de trabajo forzado, así como el tráfico de órganos. Naturalmente, el delito afecta con particularidad a ciertos grupos: niños, niñas y adolescentes, personas migrantes, gente que proviene de comunidades rurales e indígenas y mujeres en condición de vulnerabilidad. El fenómeno se reproduce en las cicatrices de las sociedades: quienes caen en redes de trata generalmente están en situación de pobreza, tienen poco acceso a estudios o se encuentran en contextos de violencia familiar. 

La trata afecta de manera completamente desproporcionada a las mujeres (también a las mujeres trans, para quienes todavía se confunden) pues se calcula que entre el 70 y el 95% de las víctimas a nivel mundial pertenecen a este género. Las personas en situación de movilidad, por el simple hecho de estar lejos de sus redes de apoyo y su contexto cultural, también son más proclives a ser víctimas de este delito.  

Las diversas formas de explotación del cuerpo de las personas derivan en un negocio redondo, que le genera fuertes ganancias a los grupos criminales organizados. Hay quienes dicen que ya se está llevando más dinero por delante que el tráfico de algunas drogas. Sin embargo, a diferencia de este, es un problema sumamente invisibilizado a la que los gobiernos dedican poco tiempo y recursos. Todo mundo sabe que hay pornografía infantil, prostitución forzada o jornaleros agrícolas en situación de esclavitud. Pero de eso a que haya acciones coordinadas para detener el problema o por lo menos una fuerte discusión sobre el mismo, hay un gran trecho. 

Caer en una red de trata es particularmente peligroso para quienes buscan nuevas oportunidades. Muchos de los mecanismos de enganche funcionan a base de promesas: un mejor trabajo, una nueva vida en otro lugar, o hasta un nuevo amor. Con promesas, cientos de trabajadores rurales del sur del país deciden dejar a sus familias para emplearse como jornaleros en los estados del norte, hasta que se percatan que en realidad no pueden salir de ahí cuando quieran, ni recibir el pago prometido por su trabajo. Con promesas, las refugiadas venezolanas radicadas en las grandes ciudades de México encuentran empresas que les ofrecen empleos atractivos e inmejorables prestaciones, para luego descubrir que forman parte de redes de trabajo sexual forzado de las que ya no pueden escapar, si es que no quieren perder la vida. 

En el contexto de la pandemia por el Covid-19, expertos advierten que la crisis económica y de desempleo es un caldo de cultivo muy fértil para que las redes de trata intensifiquen sus operaciones. Con los tugurios y teibols con permisos legales cerrados, los bules y las casas de prostitución clandestinas (en dónde las redes de trata venden a las mujeres) se quedaron sin competencia. Con los pedófilos encerrados en sus casas, la demanda de niños, niñas y adolescentes obligados a ser grabados para el consumo de pornografía infantil es más fuerte que nunca. Con millones de personas con desempleo y hambre, los trabajos de catorce horas al día que solo pagan con techo y comida se están volviendo la última alternativa para personas que tienen que sobrevivir. 

Combatir la trata de personas requiere de mucha investigación, mucho presupuesto y mucha voluntad política. La mayoría de los gobiernos carecen de las tres cosas. Afortunadamente cada vez más organizaciones y colectivos ciudadanos se coordinan con agencias intergubernamentales y presionan a las autoridades para intentar contener el problema. Hay mucho por hacer: desde identificar las redes de enganche, hasta brindar acompañamiento psicosocial a las víctimas rescatadas para que puedan reintegrarse a la vida autónoma. 

La lucha contra la trata también pasa por la búsqueda de derechos laborales y condiciones dignas para quienes decidan ejercer el trabajo sexual como ocupación, rechazando la doble moral blanca que busca abolirlo pero que solo logra empujarlo más a la clandestinidad. Pasa por ofrecer sueldos suficientes y horarios justos a los trabajadores en vez de recurrir a romantizar la explotación laboral con un discurso de falsas promesas de movilidad social. Pasa por dejar de reconocer el trabajo infantil como una forma de “emprendimiento” y visibilizarlo como consecuencia de las políticas sistemáticas de abandono a la niñez y de empobrecimiento de las familias. 

Es vital arrebatarle todas las promesas robadas a quienes de manera completamente deshumanizada explotan cuerpos y esperanzas para hacer dinero. A las autoridades que con corrupta complicidad, lo permiten. La trata de personas es uno de los fenómenos más oscuros del capitalismo global y forma parte de sus ciclos productivos. Para erradicarla por completo, es impostergable cambiar el sistema. 

Corolario

En Colima, las desapariciones se incrementan sin freno. De acuerdo con cifras recientemente publicadas por la Comisión Nacional de Búsqueda, alrededor de 1200 personas no han sido localizadas en los últimos 13 años. Tan solo en 2020, se contabilizan 70 desapariciones y la cifra sigue aumentando. ¿Qué están haciendo las autoridades al respecto? 

El viernes 24 de julio Jorge Navarro Llamas ya no regresó a su casa. Tiene 19 años, es de complexión delgada, ojos color café y cabello castaño obscuro. Ese día portaba una playera negra con cuello en V, un pantalón de mezclilla y unos tenis Vans negros. Su novia y familia lo están buscando. Cualquier información es relevante.