Perriodismo

Hablemos de la virginidad

 

Las niñas crecemos siendo aplaudidas porque tenemos algo que desconocemos, algo que no existe, pero se nos condiciona a reconocer que sí: la virginidad.

Hablar de la virginidad es como rendirle tributo al pene, no al hombre, al pene, porque pasear, platicar, abrazar, besar, ser masturbada, recibir un oral, estar con un hombre no te “quita” la virginidad; socialmente aprendemos que dejamos de ser vírgenes cuando somos penetradas vaginalmente con un pene.

Las mujeres desde niñas aprendemos también que nuestro valor social depende de mantener este atributo imaginario, sexista y misógino el mayor tiempo posible hasta soltar la etiqueta de “virgen” por un solo hombre, entonces somos consideradas valiosas. Por otro lado, para los varones se justifica que está en su “naturaleza” tener múltiples parejas sexuales e iniciar su actividad sexual lo más pronto posible, incluso aumenta su valor social ante otros hombres.

Además, el cuerpo de las niñas, adolescentes y mujeres, ha sido señalado como tierra a conquistar “las vírgenes” son la tierra no habitada por otros hombres, y por la cultura machista en la que vivimos se piensa virgen como sinónimo de disponible. No somos tierras a invadir, tampoco vírgenes, no nacemos vírgenes, no crecemos vírgenes, y el tener relaciones sexuales con uno o con 4 no nos hace ser o dejar de ser algo. Nuestra vida sexual no debe ser definida a través de la penetración de los varones, tampoco nuestro estatus sexual –ya no es virgen-, vayamos descolgándonos esta etiqueta imaginaria que sólo sirve de trofeo para la masculinidad.

La penetración vaginal es una de las tantas prácticas sexuales que hemos explorado las mujeres y los hombres y en la cual pensamos cuando hablamos de “relaciones sexuales” o “acto sexual”. Es decir, reducimos todo un encuentro sexual a una sola práctica sexual: el coito vaginal. Esta es una de las tantas maneras en que la sociedad rinde tributos al falo.

Otro ejemplo es cuando a las mujeres se nos preguntas si ya fue nuestra primera vez ¿Nuestra primera vez en qué? Hubo una primera vez para un beso, para una caricia, para un oral, para masturbarnos, para masturbarte con otra persona… pero esa primera vez que nos enseñan a soñar es una primera vez teniendo un coito vaginal, ese es el sueño aprendido de un mundo que rinde culto al falo que hace que esperemos con ansias tener una “primera vez” con él.

Otra frase similar que se utiliza es “ya iniciaste tu vida sexual” a partir de haber sido penetrada vaginalmente, nuevamente los besos, las caricias, las palabras dichas en el encuentro sexual, son un plano secundario, son ese “pre”, un “jugueteo sexual” que no es tan aplaudido ni valorado como la penetración vaginal.

El pene es tan importante en el imaginario social que por ello se cree que el valor de la mujer se mide según el grado de entrega que tenga a uno solo, y que espere por él, así el varón no tiene que competir mentalmente por saber contra que otros falos compite, un desgaste que se ahorra al saber que la mujer se ha entregado sólo al de él.

Las relaciones sexuales son mucho más que coitos vaginales, hay relaciones sexuales sin coito vaginal, hay relaciones sexuales llenas de besos y caricias sin orgasmos, hay relaciones sexuales con orgasmos que se derivan de la masturbación genital mutua… y hay relaciones sexuales, íntimas con una misma, placenteras, que en muchos casos son el inicio real a nuestra vida sexual. Hay tantos inicios sexuales con una misma borrados e ignorados para poner en su nombre la primera vez que fuimos penetradas vaginalmente por un varón.

Las niñas crecemos aprendiendo a esperar ser tocadas por otros y reprimidas para no tocarnos antes de que alguien más lo haga, nos hacen sentir culpa y vergüenza si exploramos antes nuestros cuerpos que los otros; crecemos sin educación sexual y afectiva y con múltiples barreras de información por parte de la adultez, y cuando las instituciones académicas no guían, la pornografía se vuelve profesora y reproductora de la imagen de la niña y mujer como objeto sexual para los varones, de la mujer que goza y disfruta con dolor la violencia. Si el Estado y la Iglesia siguen estando en santa unión tomando decisiones sobre nuestros derechos, seguirá siendo imposible desenvagelizar los contenidos curriculares académicos y sacar a la virgen María como ejemplo para las niñas, y la culpa de los pocos y sesgados talleres de sexualidad que llevan a las escuelas.

La niñez y la adolescencia tienen el derecho a explorar sus cuerpos sin culpa, necesitan aprender a cuidar a otros y otras afectivamente; necesitan crecer sin violencia; necesitan aprender de consentimiento, a saber preguntar y decir no… necesitan aprender de responsabilidad afectiva y necesitan no crecer con las creencias de las generaciones que les están negando su derecho a una educación sexual científica, laica y con perspectiva de género.

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