La semana pasada escribí sobre violaciones a los derechos humanos cometidas por los gobiernos de Estados Unidos y China, los países más poderosos del planeta. Hace unos días, el canciller Marcelo Ebrard reveló que mexicanas en centros de detención de migrantes fueron sometidas a procesos para removerles quirúrgicamente el útero, sin su consentimiento. Lo que expuso el canciller es algo atroz, pues además del sufrimiento al que fueron sometidas esas mujeres, parece que una institución que ejecuta una política del gobierno estadounidense cometió un crimen de lesa humanidad.
Aunque las investigaciones aún no han terminado, la evidencia parece bastante consistente, pues ya no son las preocupaciones de una enfermera que llena una queja de mala praxis en el centro de detención, sino que hay testimonios de víctimas que corroboran lo expuesto en la queja. Así, todo apunta a que se realizaron esterilizaciones forzadas a migrantes mexicanas y latinoamericanas, acto que rememora los más siniestros momentos de la historia de la humanidad, en los que la muerte de pueblos fue política de estado. Aunque no asesinaron a esas mujeres, sí mataron la posibilidad de traer otra mexicana a este mundo, otra latinoamericana a este mundo.
Por lo que sabemos, es factible pensar que los médicos a cargo de los procesos ignoraron los principios más básicos de bioética al no obtener el consentimiento para el proceso; pero debemos considerar que existió una colusión de los encargados del centro de detención, pues es imposible que no se percataran en la prevalencia de procedimientos quirúrgicos que terminaban en la esterilización de quienes eran prácticamente sus prisioneras. Y esto nos deja una pregunta fundamental por contestar, ¿Qué incentiva a que un ser humano hiera con tanta crueldad a otro?
Quienes aprobaron las esterilizaciones y las llevaron a cabo actuaron de manera monstruosa, pero no creo que sean monstruos. Es tan simplista como es improbable creer que, de todos los lugares y de todos los momentos en los que podrían estar estos individuos, terminaron en un mismo centro, donde pudieron actuar con relativa impunidad hasta que una enfermera con una pizca de decencia los denunció. Además, creer que es la culpa de unos cuantos individuos que eran monstruos lo convierte en un tema de individuos, cuando no podemos negar que hay condiciones sociales que llevaron a esto.
Hannah Arendt llamó a eso la banalidad del mal. La idea de que individuos pueden ejercer violencia y odio no por ser intrínsecamente malos, sino por replicar los comportamientos que han aprendido y por seguir siendo parte de la comunidad en la que existen. Al final del día, una parte muy importante del discurso político y de algunas comunidades estadounidenses es el racismo, a veces disfrazado de política inmigración o de cuestionamientos sobre el comportamiento entre los grupos étnicos en el país, a veces simple racismo.
Sin quitar la responsabilidad a quienes llevaron las esterilizaciones forzadas, debemos considerar que es una acción perversamente lógica de un sistema que incentiva a la crueldad contra los diferentes. ¿Por qué no esterilizar a las madres de los violadores, criminales y narcotraficantes, que fue como Trump se expresó de nosotros latinoamericanos? ¿Por qué no sabotear la comida de las mulas de los carteles, que es lo que hacen las “milicias ciudadanas” que “patrullan la frontera”?
Quisiera que cerrar este texto fuera sencillo, que hubiera una solución que implementar, pero es un problema que, aunque nos afecta, requiere de acciones que van más allá de lo que podemos hacer como nación. Lo que si podemos hacer es indignarnos y exigir justicia, y tal vez, suficiente gente se indigne con nosotros por la atrocidad cometida como para que un cambio sea posible.