La reciente aprobación en el Congreso de Oaxaca para prohibir la venta y distribución de bebidas azucaradas y alimentos con alto contenido calórico a menores de edad ha ocasionado una serie de debates en estados, medios de comunicación y en la vida pública en general. Este tema, como tantos otros pendientes, genera discusiones bastante interesantes dada la cantidad de aristas desde las que se puede abordar.
Primero, hay que tomar en cuenta que el marco en el cual surge esta problemática es la elevada cantidad de muertes por Covid-19 relacionadas con obesidad, hipertensión y diabetes, entidades derivadas principalmente del estilo de vida del mexicano moderno, caracterizado por una dieta alta en grasas, sodio y carbohidratos, así como el sedentarismo al cual nos ha traído la sociedad actual. En un caso hipotético, si la población mexicana hubiera tenido mejores cuidados en su salud desde su infancia se habrían podido salvar con mayor facilidad muchas más vidas, sin embargo y como bien sabemos, esto no es así. Esta situación ha despertado de cierta manera la consciencia social, por lo que hay quienes critican duramente al gobierno al permitir que esto pasara y hay quienes lo defienden. Pero ¿Quién es el verdadero responsable de estas terribles consecuencias?
Es cierto que dentro de las funciones esenciales del Estado es la de salvaguardar la salud de sus ciudadanos, a la par de garantizar educación, seguridad y una administración pública justa, pero ¿Hasta qué punto? ¿Es sano un Estado paternalista? ¿Es deseable al menos? Tal como lo veo me parece que ambas partes son exactamente igual de responsables, analicemos algunos escenarios.
En el primero tenemos que efectivamente el Estado no tomó las mejores medidas en todos sus niveles, pero los individuos pasaron buena parte de su vida descuidando su salud, entonces se concatenan estos factores para producir la catástrofe que ahora se vive. Segundo, nuevamente el gobierno tomó malas decisiones, pero esta vez los individuos llevaban toda una vida cuidándose, la catástrofe habría tomado menos vidas. Tercer escenario, si el Estado hubiera tomado las mejores decisiones, pero su población presentara un descuido evidente de su salud, entonces de nada habrían servido las mejores estrategias y los resultados serían similares a los del primer escenario. El cuarto escenario es el ideal, porque aquí tanto el Estado como sus ciudadanos han sido responsables, el Estado tomó sabias decisiones y la población tiene una cultura de autocuidado y salud, el impacto de la pandemia hubiera sido, en teoría, casi nulo.
De estos posibles escenarios concluyo que lo mejor para la sociedad es que el Estado y los ciudadanos sean responsables y realicen las funciones que les corresponde, es decir, el escenario cuatro. Parece ser algo muy sencillo pero tiene fuertes implicaciones, ya que el Estado está encargado de garantizar salud a sus ciudadanos en el sentido de tener el inmobiliario, instrumentos y medicamentos necesario, pero el individuo tiene la responsabilidad de cuidar su salud, la de sus congéneres y sus coetáneos. Nuevamente, de nada serviría el mejor sistema de salud si los individuos no se hacen cargo de sí mismos, al igual que tampoco serviría que los individuos tengan un estilo de vida saludable si cuando ocurre algún accidente no se cuenta con los materiales necesarios para la atención médica.
No obstante, la prohibición de la venta de alimentos chatarra a menores de edad parece ser una medida extrema ya que no se deja que el libre mercado sea tan libre como quisiera, pero ¿Cómo coacciona el mercado en las mentes de las personas? La publicidad hace una labor manipulativa donde se presenta, puesto que su objetivo es hacer conocer de algún producto y posteriormente venderlo, hasta aquí no hay ningún problema. El problema viene cuando la publicidad va diseñada a menores de edad quienes aún no han madurado sus lóbulos frontales lo suficiente como para tomar realmente decisiones, y todavía aún más grave cuando los productos que logran vender son adictivos. Una vez que el menor es condicionado a comprar y después a consumir cada vez más elevadas dosis de azúcar, por ejemplo, se vienen enfermedades graves que se presentarán tarde o temprano, de las cuales eventualmente reprochará al Estado del pésimo servicio del seguro social.
Así, tenemos que el problema central de la prohibición es más bien por la toma de decisiones. Me parece adecuado este tipo de prohibición en los alimentos chatarra a menores siempre y cuando se esté considerando un plan para la educación en este sentido, ya que el ideal no es prohibir por prohibir, sino enseñar a ser libres, porque con educación se toman mejores decisiones. Pero en menores de edad la educación no es suficiente, sería la educación de los padres la que determinaría la cualidad de la decisión de los menores, ya que de ellos depende en buena medida si sus hijos consumen tal o cual cosa. Sólo el adulto que conoce el objeto de su consumo puede realmente decidir, si dicho objeto es dañino a corto o a largo plazo y aún así decide consumirlo y encima de eso asume las consecuencias, entonces es una decisión libre en la que nadie más puede meterse a menos que dañe a terceros.