El horno no está para bollos

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Ignacio Peralta es el segundo gobernador peor evaluado del país, según la clasificación de Mitofsky. Sin embargo, su baja aprobación no necesariamente se traduce en que cualquier cosa que haga será impopular, por eso era muy importante el relato en el que enmarcaría públicamente su justificación para adquirir un crédito. Y el ejecutivo se esforzó, empujando hasta el exceso una línea editorial en los medios de comunicación.

Algunos actores del mundo empresarial acogieron la agenda del gobernador, así como algunos legisladores, que, de acuerdo al gusto propio, retomaron al menos una de las tres razones para apoyar la deuda: terminar de construir el C5i, remodelar el palacio de gobierno y armar al estado de infraestructura para atener la crisis de la Covid-19.

Es prácticamente imposible saber si este discurso fue bien recibido por la población, pero la legitimidad de la decisión impulsada por el ejecutivo quedó truncada por mano propia. Haciendo uso de una estrategia poco elegante, la solicitud del gobernador fue aprobada por quince votos y diez ausencias en una sede alterna, en una sesión convocada con premura, resguardada por policías estatales, y en medio de incidentes entre funcionarios públicos, fuerzas del orden, manifestantes y diputados opositores.

Decisiones como esta exponen las líneas definitorias de la política local, dividen bandos e intensifican la conversación. Se podría decir que estas fracturas en la vida política son normales y suelen reflejar más o menos la división de opiniones y preferencias que existen en la sociedad. Pero sucede que no vivimos una normalidad.

El poder político local está fracturado, pero no necesariamente porque exprese clivajes considerados regulares en una democracia. Las fuentes de poder de persuasión del ejecutivo son escasas, mientras el bloque opositor que logró liderar Morena está sostenido con alfileres. En medio de un sistema de partidos que se hizo polvo, no hay lealtades ni unidad en torno agendas claras. Peor aún, en medio de una crisis sanitaria, social y económica sin precedentes, hay poco humor social para librar batallas que en otras circunstancias serían redituables.

Aunque el crédito se venía discutiendo hace semanas, todo pasó muy rápido. Aparentemente, el gobernador aplicó un madruguete; los líderes de los partidos apenas y asomaron la nariz; los legisladores dieron explicaciones insuficientes al público; y quienes intentaron oponerse parece que no encontraron mucho poder de resonancia.

En medio de la aceleración de contagios del virus causante de la Covid-19, con todo y una cuarentena imposible, una coyuntura expuso las costuras un sistema político en crisis. Quién sabe si a la población le queden ganas de conocer y evaluar lo que dijeron Locho, Indira, Preciado y demás aspirantes a la gubernatura; Quién sabe si a la gente le importe que entre un bando y otro se lancen acusaciones de imprudencia, torpeza, irresponsabilidad o traición. El horno no está para bollos.