No estaba muerto, andaba de parranda

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Desde su triunfo electoral de hace dos años, López Obrador y sus seguidores no se cansaron de repetir que ya con ellos en el poder, el neoliberalismo no tardaría en alcanzar su extinción. Casi fue posible creerles. En sus primeros meses, la mayoría legislativa de Morena aprobó algunas leyes y presupuestos que parecían ponerle un estate quieto a la orgía de acumulación y desigualdad que llevaba rato reinando en el país, y restituirle poder de intervención a un Estado con un proyecto redistribuidor. Una mañana soleada, el presidente se levantó de buenas y decidió anunciar que ahora sí ya se había muerto el terrible neoliberalismo.

No duró mucho el gusto. Resultó que el occiso andaba con dificultades para abandonar el mundo terrenal. En la administración pública federal se empezaron a popularizar los contratos por asignación directa, los recortes a lo bruto a las instituciones y los consejos de asesores empresariales. Algunos consorcios como Grupo Salinas se declararon aliados del fin del neoliberalismo para poder seguir promoviéndolo. Aunque de vez en cuando se anunciaban acciones que limitaban las prácticas abusivas de las empresas (solo las que no se subieron al barco de la 4T), estas aprovecharon las deficiencias legales de las estrategias presidenciales para revertir en tribunales todo lo que pudiera afectar sus intereses.

Se acabó el neoliberalismo pero volvió en forma de T-MEC. Que es la continuación del TLCAN salinista, pero no importa, porque ya no se llama así. Lo que pasa es que el T-MEC sí es promovido por un gobierno de izquierda (en alianza con el gobierno gringo más liberal y clasista de la historia) y por eso este sí va a ayudar a generar un comercio más justo, a combatir la crisis financiera y a proteger a la clase trabajadora de los abusos de las empresas trasnacionales. En algún punto, el gobierno de México interpretó que el neoliberalismo también se enfrentaba firmando acuerdos comerciales promovidos por el lobby de las corporaciones privadas.

Salió cara la negociación del temec. El presidente tuvo que poner a disposición de la border patrol estadunidense a su recién creada Guardia Nacional, que se estrenó en terreno reprimiendo a familias de migrantes y refugiados mientras recibía palmadas de aprobación directamente desde la Casa Blanca. Con todo y su orgullo juarista, AMLO aprendió a hacerle oídos sordos al inherente racismo de Trump, pues entendió que hay amigos que se tienen que aguantar por interés. Con el tiempo, se dio cuenta de que hay cosas en las que él y Donald coinciden bastante, y últimamente hasta habla de romper su confinamiento dentro de territorio nacional para ir personalmente a agradecerle por las ayudas brindadas.

Fue tanto el fervor por el nuevo TLCAN -no neoliberal- que a los diputados se les olvidó que tenían pendiente aprobar dos o tres reformas legales antes su entrada en vigor el primero de julio. Como buenos mexicanos, hicieron todo a última hora y pasaron cuatro leyes y reformas (casi sin discutir y definitivamente sin leer) en menos de siete horas. Votaron todos en bloque, como en los viejos tiempos. A los partidos políticos se les olvidaron un rato sus profundas diferencias y con gran armonía le dijeron que sí a todo lo que les permitiera presumir en sus redes sociales que estaban legislando para resolver la crisis económica. No son misteriosos los caminos electorales.

En menos de lo que dura un discurso de autohomenaje del presidente, el Congreso Federal se las arregló para que las leyes mexicanas avalaran la censura de cualquier contenido acusado de violar derechos de autor en internet (memes robados incluidos), cárcel para quien llevé a reparar su celular con su tianguista de confianza y multas millonarias para quienes crackeen sus programas favoritos por no poder pagar la licencia original. Las nuevas legislaciones sirvieron como ofrenda de bienvenida para la flamante llegada del nuevo T-MEC, que para este gobierno, de seguro es antineoliberal y busca la justicia social.

Antes éramos menos dejados. La última vez que entró en vigor un tratado -leonino- de libre comercio en América del Norte un ejército revolucionario se levantó en armas en las montañas del sureste mexicano. Mucha gente que estaba harta del mal gobierno de ese entonces apoyó el movimiento. Pero el EZLN no pudo avanzar hacia la capital del país como inicialmente planteó. Para sobrevivir, los zapatistas y sus seguidores se tuvieron que atrincherar en sus procesos autonómicos, alejándose tanto de la realidad del proletariado urbano que los niños de la generación Z ya no saben quién es el Sup Marcos o como reconocer la figurita de acción de la Comandanta Ramona en las tiendas de artesanías.

Hoy, de nuevo entra en vigor un tratado que representa la dependencia de las fuerzas económicas de las que AMLO presume tanto haberse independizado. Un tratado que nos hizo llorar antes de que nos pegaran, pues nada más para empezar requirió que se aprobaran leyes que violan un chorro de derechos humanos. El ridículo de algunas de estas reformas es tal, que quien escribe estas líneas podría enfrentar consecuencias penales, pues no quiso pagar la licencia del Word y se lo pirateó de internet.

A diferencia del primero de julio de 19994, esta vez casi no hay nadie protestando en contra del Tratado de Libre Comercio. Los medios de comunicación están ocupados cubriendo las mañaneras. La izquierda sigue intentando definirse a sí misma. Una parte de ella está en Morena, entercada con un proyecto de transformación que ya dejó de ser transformador. La otra parte, desempleada o sin suficientes ganas o recursos para disputar el poder de Estado.

Los movimientos sociales, la sociedad civil y las organizaciones políticas siguen haciendo su chamba. Defendiendo vidas y principios, limpiando un poco el desmadre de las cuatro transformaciones de México. Pero hasta que alguien realmente consecuente no tome el poder de Estado, seguirán haciéndolo en condiciones de extrema desventaja.

Ojalá que, como con el neoliberalismo, no sea tan lejano el futuro en el que se diga que la izquierda electoral crítica y capaz no estaba muerta, sino que andaba de parranda.

Corolario.

El miércoles, mientras la opinión pública discutía las implicaciones de un tuit de la primera dama, veinticuatro jóvenes fueron masacrados en un centro de adicciones en Irapuato. La violencia en este país está tan normalizada que la noticia pasó medio desapercibida y no alcanzó titulares en los medios. No hay mucho más que decir. Ojalá que no tanta gente se siga muriendo en un país en el que una masacre de ese tamaño ya no despierta el interés nacional.