En Colima, el efecto AMLO bastó para romper con más de 20 años de competencia bipartidista. A pesar de ello, parece que los nombres que pesan para la elección del 2021 son los mismos. Los simpatizantes de Morena sienten la gubernatura en la bolsa, pero los opositores de la 4T creen que pueden desviar la alternancia a su favor ¿Qué clase de cambio es este?
Por lo que sabemos por diferentes encuestas, en Colima Morena tiene una intención de voto del 30% en lo que respecta a la gubernatura. Como toda cifra, esta es objeto de interpretación. Para quienes simpatizan con el proyecto de la 4T los treinta puntos significan que la elección está asegurada, mientras para los detractores del proyecto obradorista, ese treinta por ciento es signo de una popularidad en declive (y no faltan las cuentas absurdas donde creen que hay un 70% de voto opositor).
Planificar el futuro sobre esos treinta puntos es casi como proyectar la vida cuando acabe la pandemia: son esperanzas construidas sobre la incertidumbre. En las mismas encuestas, cuando a las marcas se les suman nombres, los números varían y casi siempre de forma negativa. De hecho, la misma cantidad de supuestos votantes por Morena, es la misma de quienes declaran no tener idea de qué opción elegirían.
En lugar de jugar a prestidigitar, sería más útil preguntar qué tipo de elección será la del 2021 y con qué activos cuentan los partidos para competir. En la primera pregunta me inclino a pensar que será una elección con una impronta muy local, a diferencia de la pasada, donde la agenda nacional permitió que el efecto AMLO intensificara un proceso de fragmentación política que ya se venía experimentando.
Por decirlo de alguna manera, muchos de los candidatos de Morena y MC no ganaron, sino que los otros perdieron. Un buen ejemplo son municipios como Colima, Villa de Álvarez y Manzanillo, donde actores con grandes recursos y capacidad de movilización (como Héctor Magaña o Virgilio Mendoza), perdieron en elecciones donde el voto se fraccionó en cuatro opciones. No fue un tsunami, fue la competencia.
La segunda pregunta es un poco tramposa. En un sistema de partidos fragmentado se espera que tengan más peso los nombres que las marcas, es decir, se trata de actores que cargan con sus estructuras de movilización más que de agrupaciones políticas con una militancia disciplinada y un programa para ofertar ante un electorado con preferencias ideológicas conscientes. En este escenario predomina el cinismo y los acuerdos entre élites, por lo que nombres como el de Virgilio Mendoza aparecen en la baraja de opciones.
Como siempre, la realidad es una mezcla de factores. Ni todo se trata de acuerdos cínicos, pero tampoco de votantes racionales, conscientes y comprometidos. Lo importante es que en un escenario donde se suma fragmentación más competencia, la incertidumbre aumenta y es posible casi cualquier desenlace ¿O acaso alguien vaticinó lo que pasó hace dos años en Colima?
Si la renovación política del 2018 fue producto de un voto de castigo, lo más lógico es esperar que la siguiente elección funcione como un nuevo referéndum, donde Morena será una marca más entre las enjuiciadas por los electores. Si se trata de una elección donde la conversación sea muy local, suena difícil que apelar a la 4T alcance para concretar la alternancia a su favor. Sin embargo, si uno mira a la actual configuración de opciones contrincantes, no parece descabellado que la gubernatura quede en manos de Morena. Lo enfatizo: no es porque sea una opción apabullante, sino por efecto de la competencia.
Como partido, los activos programáticos de Morena prácticamente se reducen al proyecto de gobierno de Andrés Manuel, y su capacidad de movilización no es mayor que la que puede tener el PRI con su voto duro. Los nuevos actores que ingresaron en 2018 al mapa del juego del poder no son expresión de agrupaciones de bases orientada a renovar el ejercicio del poder, son actores con un ideario de base que llegaron a espacios de toma de decisiones. Si desde ahí lograron construir una fuerza alternativa o no, lo sabremos cuando llegue el momento de disputar candidaturas y competir por el voto popular.