Buenas intenciones, malas intervenciones

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La temporada electoral es la primavera de las promesas. Las ideas florecen en las bocas de aspirantes, que se comprometen con los electores a resolver los problemas sociales; conjurar unos cuantos milagros; y bajar el sol, la luna y las estrellas. Sin embargo, estás promesas no son todo lo que hace falta para darle solución a los problemas que pueden resolverse mediante políticas públicas, pues es necesario que las ideas tengan fundamentación técnica adecuada y sean implementadas por personal capacitado con presupuesto suficiente.

Las buenas ideas no son suficientes para resolver los problemas, probablemente ni siquiera tienen capacidad de alterar significativamente el entorno en el que habitamos. De eso, el actual gobierno federal ha dado abundantes pruebas, pues a pesar de tener ideas interesantes e intenciones adecuadas, ha fallado terriblemente en materializarlas.

La famosa amnistía del presidente es un claro ejemplo de ello. La propuesta no es mala, pues las prisiones mexicanas son espacios con deplorables condiciones para los prisioneros, con poblaciones que se encuentran en condición de victimización por pobreza, y que, en estos momentos de contingencia sanitaria, son caldos de cultivo perfectos para brotes de coronavirus. Fuera de los prejuicios de algunos, la amnistía es una medida acertada y humana.

Sin embargo, su implementación no ha estado a la altura de las intenciones. Hasta el momento de redactar esta columna, el proceso de amnistía se ha encontrado prácticamente paralizado debido al decreto de austeridad; pues para conferir las amnistías se requiere conformar una comisión de trabajo, pero el financiamiento para comisiones de trabajo entró dentro del gasto innecesario de la administración. La amnistía fue una buena idea, pero a falta de presupuesto, no dará resultados.

El decreto de austeridad rigurosa para esta pandemia es otro ejemplo de una buena intención que se vuelve una pésima intervención. A priori, parece buena idea no gastar durante una crisis, pues como no se incurre en deuda o se extraen más presupuestos, supuestamente no se daña la economía nacional y las finanzas de los individuos. Sin embargo, se crea un efecto contraproducente al reducir el gasto público que termina en los bolsillos de miles de trabajadores.

La austeridad rigurosa implicó dejar de comprar papel de baño, artículos de limpieza, oficina, comestibles, y servicios de preparación y limpieza, lo cual afecta a 30 mil micro y pequeñas empresas. Ese ahorro se consiguió de las ganancias de microempresarios y los sueldos de los trabajadores adscritos a las pequeñas empresas, por lo que generó una externalidad negativa más grande que los beneficios. Otra idea con buena intención y mala aplicación.

Sembrando vidas es otro ejemplo que muestra como una buena idea puede tener malos resultados. Originalmente pensado como un programa de reforestación, Sembrando Vidas generó incentivos para que campesinos deforestaran parcelas donde ya había árboles, con tal de recibir los recursos del programa, tal y como se documentó en Veracruz.

Sin duda, existen más ejemplos de buenas ideas con pésimos resultados, tanto de este gobierno federal como de otros órdenes de gobierno. Esto es natural porque como electores nos hemos acostumbrado a no exigir explicaciones serias sobre cómo se realizarán las propuestas y con qué dinero se financiarán. Estas elecciones deberíamos probar preguntando sobre esos detalles, para elegir a políticos que no solo tengan una visión de cambio, sino herramientas y claridad para hacerlo.