En las ciudades donde se ha podido observar el comportamiento de la gente frente a la invitación del gobierno para quedarse en casa parece haber un patrón: las zonas populares (entiéndase de vivienda o de intensa actividad comercial) son aquellas donde parece que la vida no cambia. Como casi siempre, las personas en condición de pobreza se convierten en una suerte de salvajes.
¿Qué hace que la gente se quede en casa? Una de las respuestas más simples tiene que ver con los ingresos económicos: con una capacidad adquisitiva suficiente, y si además se tiene un trabajo donde se asegura un ingreso fijo, la gente podrá quedarse en su casa y respetar las medidas de aislamiento. Pero si las personas no cuentan con estas características, inevitablemente tenderán a salir para buscar sustento.
Es cierto que la capacidad de supervivencia es un poderoso motor a la hora de tomar decisiones, y, sobre todo, de quedarse en casa. Pero hay personas con capacidad adquisitiva que salen a las calles para realizar actividades que están lejos de ser consideradas esenciales; también hay mucha gente con recursos económicos escasos y sin un trabajo fijo que hacen el esfuerzo por pasar el tiempo en sus hogares. Entonces no es solo el dinero.
Una segunda razón por la que la gente tendería a cumplir en mayor o menor grado las medidas de aislamiento es el miedo a ser infectado, infectar a otros o ser testigo de un escenario apocalíptico. A mayor percepción de riesgo la gente se quedará en casa. Colima es uno de los estados con más problemas para reducir la actividad en las calles, y al mismo tiempo es uno de los estados con menos registros de infectados de coronavirus. La explicación parece pertinente.
Siguiendo esta lógica podríamos pensar que quienes andan en la calle tienen poca información, la ignoran o deliberadamente intentan atentar contra ellos mismos y los demás. También puede que sean incrédulos porque simplemente no experimentan de la misma manera que otros la información, o porque se niegan a aceptar que su vida tiene que cambiar radicalmente.
Hay otro factor que podemos añadir a la lista: el prestigio. Quedarse en casa es una cosa de buen ciudadano, y muchas personas empezaron a mostrar su capacidad de sacrificio incluso antes de que el gobierno federal invitara al confinamiento en los hogares. A todos nos gusta tener una buena imagen de nosotros mismos.
¿Entonces quienes salen no se preocupan por su imagen? Este es un criterio que depende de los círculos sociales donde uno esté inserto. Seguramente la imagen de un buen ciudadano es bien distinta entre los que cantan Cielito Lindo desde sus casas en Polanco y los comerciantes de Tepito.
Vuelvo al tema de los salvajes. Señalar a los sectores populares como irresponsables desde una posición con capacidad adquisitiva, miedo y necesidad de prestigio, no es sino una manifestación de clasismo. Claro que debe preocupar que haya gente que no se sujete a las medidas de aislamiento que hoy se necesitan para contener la propagación incontrolable de un virus, pero no es lo mismo que condenar moralmente a un grupo poblacional que no se ajusta a nuestros estándares de entender el mundo.
Para muchos de los que salen de sus casas ya sea para trabajar, comerse un elote o vender hielitos probablemente los otros son solo unos histéricos. Al fin se trata de juicios, pero como siempre, hay quienes se esfuerzan demasiado por afirmar su superioridad. Sin salvajes no hay civilizados.