Hace un par de días, un columnista local ofrecía un análisis del futuro electoral colimense basándose en un par de encuestas.
Las intenciones de voto de Morena convertían a este partido en el objeto de deseo de todos, como si la sola marca asegurara triunfo. Por otra parte, las cifras de Indira la definían como el rival a vencer, en una carrera que ni siquiera ha empezado. Pero las citadas encuestas son inútiles para ese tipo de análisis, de entrada, porque actualmente el registro de simpatías en México tiene algunos problemas.
En la más reciente encuesta de la universidad de Vanderbilt (2019), el 75% de los entrevistados declaró haber votado por López Obrador en las pasadas elecciones, cuando sabemos que el ahora presidente obtuvo el 53% de los votos. No se trata de una encuesta “patito”, pues esta universidad mide la opinión pública en países latinoamericanos desde hace décadas, y la elaboración de los cuestionarios, así como su aplicación, están sometidos a cuidadosos procesos de control.
¿El 25% de los encuestados mintió? Es muy probable. Esta encuesta se levantó a inicios de año, cuando había un clima muy triunfalista sobre el nuevo gobierno. Quienes declararon haber votado por AMLO y no lo hicieron, quizás mintieron deliberadamente, pero lo más seguro es que su respuesta haya estado mediada por un mecanismo de mimetización: si yo percibo que la opinión pública se manifiesta de forma abrumadora por una postura, tenderé a adoptarla o a simular que la adopto.
En la misma encuesta, un numero similar de entrevistados declaró sentirse identificado con Morena como partido político: casi el 75%. Pero como ya sabemos que la cifra del voto por AMLO está sobreestimada, entonces también debemos dudar de tanta simpatía, sobre todo porque en estos tiempos la identificación partidista puede ser tan frágil como una relación amorosa.
Con este ejemplo en mente deberíamos ser cautelosos cuando asumimos que, en Colima, Morena tiene una intención de voto del alrededor del 40%, de acuerdo con algunas encuestas. Puede ser cierto, pero es posible que tenga más, o quizá menos. Antes que un dato duro, esta cifra es una referencia del desempeño que dicho partido pudiera tener en las urnas en el 2021. Pero faltan más de doce meses para que inicien las campañas.
¿Tiene sentido medir la rentabilidad electoral de marcas y perfiles dos años antes de una elección? La distancia entre estos ejercicios de competencia demoscópica, los procesos internos de los partidos y la formación de las preferencias de los ciudadanos, puede ser enorme. Pero la industria del careo es llamativa, es relativamente sencilla y puede ser funcional para quienes ya cuentan con un capital político. Es entendible que las encuestadoras echen manos de actores ampliamente conocidos, pero esto termina por reforzar la idea de que no existen nuevos cuadros.
Respondiendo la pregunta anterior, personalmente creo que medir la intención de voto de posibles candidatos a una elección que será en más de un año tiene poco sentido, si no es que ninguno. Pueden ser funcionales para los que quieren competir, pero están lejos de indicar algo sobre las preferencias de los ciudadanos, que son mucho más complejas y ricas que una reacción hacia un escenario ficticio de competencia electoral ¿Sabemos cuántos colimenses están satisfechos con su voto anterior? ¿Qué tanto influye AMLO en las preferencias locales? ¿Hacia dónde miran los priistas decepcionados?
Por el momento los careos pueden ser inútiles para conocer las preferencias de los ciudadanos, aunque son eficientes para construir imágenes de fuerza. Pueden ser un indicador, una referencia, pero no una fuente de información sobre la cual montar un análisis, mucho menos para tomar decisiones. La carrera por la Gubernatura, la renovación del Congreso y los diez Gobiernos municipales es aún de pronóstico reservado ¿Qué sentido tiene hacer competencias de popularidad?