Perriodismo

Luces y sombras en este nuevo año

2019 se fue, 2020 arranca con contundencia. ¿Qué luces y sombras se avizoran en el amanecer de este nuevo año?

Cuatro sombras. La más oscura de todas, el recrudecimiento del cambio climático que tiene como capítulo más reciente los terribles incendios de Australia. Debido a un verano inusitadamente caluroso y seco, desde octubre de 2019 van más de 4 millones de hectáreas devastadas por el fuego (solo para comparar, en los incendios del Amazonas se quemaron 900 mil hectáreas), 1200 viviendas perdidas, 500 millones de animales muertos y parece que la situación empeorará. Australia es uno de los países que más gases de efecto invernadero emite a causa de la industria y de la extracción de carbón mineral y la COP 25, recientemente celebrada en Madrid, fue otro terrible fiasco: las grandes potencias siguen empecinadas en mezclar el agua y el aceite, es decir, detener el calentamiento global garantizando el máximo de ganancias capitalistas.

Contrariamente a los chistes en redes sociales, la sombra de la Tercera Guerra Mundial no es un evento inminente, sino que acontece desde hace años en el despliegue de una cadena de guerras regionales. Iniciando este año, Donald Trump dio un golpe al avispero con el asesinato del segundo hombre fuerte de Irán, en un marco de relaciones de por sí tensas con el país persa. Como menciona el compañero Gilberto Conde, Trump plantea conjurar así el juicio político cernido en su contra, remontar su popularidad rumbo a la relección y fortalecer su dominio en Medio Oriente aprovechando la crisis económica y las protestas antigubernamentales en Irak, Irán y Líbano. La escalada bélica iniciada por el gobierno de Estados Unidos no hará otra cosa que fortalecer al fundamentalismo islámico en la región con todo lo que esto significa para la democracia, la cultura y los derechos civiles de la población.

La sombra de la extrema derecha irrumpe en el escenario político de diversos países y ha logrado ganar gobiernos como el de Brasil, Estados Unidos y, recientemente a través de un golpe de Estado, Bolivia. Alimentada por el resentimiento de las élites tradicionales desplazadas por anteriores gobiernos progresistas, la desesperación de las clases medias alcanzadas por la crisis económica y el reforzamiento de los sentimientos identitarios en torno a la raza, la nación y la religión, encuentra su chivo expiatorio en las mujeres, las disidencias sexuales, los indígenas, los migrantes y los militantes de izquierda. 

Por último, la sombra de la violencia en México, con 28,645 homicidios en 2019, cerrando con la década más violenta en la historia reciente del país, que equivalió a un asesinato cada 23 minutos, según cálculos del Sistema Nacional de Seguridad Pública, y cuya tendencia parece no variar a pesar de las promesas de Andrés Manuel López Obrador durante su campaña.

Ahora, entre esta oscuridad se encienden luces que pueden ser destellos de un posible amanecer. La primera, un movimiento feminista pujante, con sensibilidad anticapitalista y antiautoritaria, que ha sabido internacionalizarse y es ejemplo para los demás movimientos y organizaciones de izquierda en la construcción de un sujeto político de lucha y la articulación de acciones a gran escala. Localmente, su más reciente conquista fue obligar a la Universidad de Colima a elaborar y presentar un nuevo protocolo (si bien, deficiente) contra la violencia de género tras una serie de denuncias de acoso a estudiantes por parte de profesores.

Otra, la serie de revueltas populares que han recorrido el mundo en los últimos meses. Desde Haití hasta Hong Kong, pasando por Cataluña, Ecuador, Líbano, Francia, Sudán y, por supuesto, Chile, en donde han logrado mantener las movilizaciones contra el modelo económico neoliberal a pesar de la fuerte represión a la que se le ha sometido y arrancando al gobierno el anuncio de una Convención Constituyente tras el rechazo de la carta magna heredada de la dictadura de Pinochet. Todas ellas son muestra de que el sistema basado en el libre mercado está en crisis, que las clases populares están dispuestas aún para luchar y que los intentos de restauración conservadora, sobre todo en América Latina, no han podido caer sobre suelo estable.

Por último, en México sigue abierta la grieta ocasionada por la fricción entre las nuevas y las viejas élites, la pérdida de iniciativa y proyecto de los partidos de derecha tradicionales y el masivo apoyo a López Obrador, lo cual ha permitido al gobierno de la llamada “Cuarta Transformación” hacer concesiones a las masas populares que lo sostienen. Hay condiciones, pues, para que los movimientos sociales y las clases subalternas se organicen de mejor manera y conquisten más derechos.

Decía el revolucionario italiano, Antonio Gramsci, que odiaba el Año Nuevo porque “estos balances hacen perder el sentido de continuidad de la vida y del espíritu. Se acaba creyendo que de verdad entre un año y otro hay una solución de continuidad y que empieza una nueva historia, y se hacen buenos propósitos y se lamentan los despropósitos.” La locomotora de la sociedad capitalista sigue en marcha, un año más, avanzando sobre las sombras antes descritas convertidas en vías férreas hacia el precipicio. Un año más, tenemos la oportunidad de iluminar la estancia para encontrar y aplicar el freno de mano de la transformación radical que puede detener la catástrofe. No la dejemos pasar.

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