Erase que se era en el Mundo de la Nada, donde todos eran felices y comían perdices.
En el mundo de la nada, había fiesta. Celebraban la independencia. Dicen que hace mucho había tiranos, pero ahora, han sido expulsados. Ahora, dicen, todos son libres y sus derechos, respetados.
Hay mucho que celebrar, dice la gente del Mundo de la Nada. Ahora pueden estudiar lo que quieran, porque la educaciòn es gratuita. En este mundo, los niños son cuidados por sus familias y los niños que no tienen familia, son adoptados por católicos responsables que fueron a la marcha por la familia.
Los hospitales públicos, dice el pueblo de la Nada, tienen todo lo necesario para atender todas las enfermedades de manera gratuita para todas las personas. Las calles están bien hechas, sin baches y no se inundan con las lluvias. La inseguridad es cosa del pasado y nadie se acuerda como es eso de encontrar muertos afuera de los supermercados o de ataques de los militares hacia el pueblo, ordenados por el presidente.
En este día de fiesta (y nunca), nadie protesta en la calle, porque todos son felices con la reforma energética, la reforma laboral y la reforma educativa. Todos dicen que en este país todo funciona bien. Aunque las cosas no se cuentan, cuentan mucho.
Este día la fiesta es en el zócalo. El pueblo de la Nada se aglutina cual sardinas en lata debajo del balcón por donde asoma su graciosa cara su querido presidente. Al salir el presidente al balcón, recibe una ovación unánime. Nunca se había visto antes un gobernante tan querido, al igual que su esposa. Al ondear la bandera, acompañado de aquella a quién aman porque no lleva vestido de diseñador, la gente del pueblo, grita “viva, viva, viva”, desde su incómodo lugar en la plaza.
Después del rito, el presidente olvida al pueblo anónimo de abajo de su balcón y se va con la gente bien vestida, que lo alaba y le dice lo bien que hace todo y lo bien que se ve. Todos están contentos, porque en el país donde no pasa nada, la gente es buena, tan buena, que todo lo que hace el presidente le parece bien y le da la razón.
Si él dice que el precio de la luz no ha aumentado, entonces la gente dice que no ha aumentado. Si el Presidente dice que ahora estamos mejor, es que estamos mejor, dice la gente.
Este pueblo del país de la Nada siembre está de acuerdo con lo que dice el Presidente, porque no se acuerda de los muertos y desaparecidos (¿cuáles?) de los precios del gas y de los aumentos de la gasolina, que centavo a centavo, ya cuesta mas cara que en Estado Unidos, Australia y El Salvador.
El pueblo no se acuerda del salario mínimo, que es tan mínimo, que no compra ni la canasta básica. El pueblo olvida pronto y sigue su camino. Al final, no pasa nada
El mundo de la Nada me recuerda mi país. Dos años lejos de la patria en estas fechas. Dos veces mirando lo que pasa desde lejos, amando y desamando mi teruño. Desde acá no se siente igual. Me gustaría leer y escuchar buenas noticias. Saber que para celebrar la independencia, por fin las cosas están funcionando mejor. Como en el mundo de la Nada.