Recuerdo mi entusiasmo de hace tres años cuando me situaba delante de las puertas del Museo de Antropología de la Ciudad de México. Llevaba más de seis meses viviendo en Colima, leyendo historias del imperio azteca, de la cultura maya y la de multitud de pueblos que todavía me cuesta pronunciar. Y ahora estaba allí, delante de esa puerta al pasado-presente que me permitiría vivir esa historia en primera persona.
Pasé por donde los estudiantes con mi credencial de la UCOL, y la señorita me dijo “es solo para estudiantes de universidades mexicanas”, yo respondí “es de la Universidad de Colima”; ella preguntó “¿Y dónde está Colima?”. Me sentí indignado al comprobar la ignorancia de la encargada.
Ese cachito de mundo con más palmeras que prisa, con más ríos que carreteras y un volcán como vecino perfecto, ese cachito de mundo que me había dado la vida. Sigo pensando en Colima, en la señora que me daba las buenas noches o los buenos días al llegar a casa después de una fiesta, siempre en casa de algún amigo desconocido. En los vecinos que daban un curioso buenos días cuando llegaba a su colonia con otro acento y otros rasgos, como queriendo y no preguntar mi historia. Conociendo las suyas. Conociendo las vuestras. Paso a paso y verso a verso he recorrido su calendario y geografía. Con los Chayacates de Ixtlahuacán o los Paspaques de Suchitlán, he reconocido sus pueblos y tradiciones.
Hoy, Colima ya tiene un lugar en el mapa y en la prensa. Me llegan los titulares “Sin precedente: Colima, primer lugar en homicidios dolosos, por tamaño de población” los comentarios de mis amigos y amigas “Ayer me asaltaron a punta de pistola”, “Han robado tres casas de mi calle”… Me duele el corazón ver cómo están destruyendo Colima. ¡Qué vergüenza! Que nos estén robando nuestra patria chica. Hoy, soy yo el que me pregunto ¿Dónde está Colima? Como decía Benedetti: ¿En las manos abiertas y aprendices o en los muñones del remordimiento? ¿En el pan que amanece pese a todo? ¿En la bondad endémica?
Creo que Colima sigue donde estaba. En la señora que me daba los buenos días o las buenas noches. En el vecino que siempre hacia familia invitándote a pasar a compartir silencios y memorias. En vecinas de todos, como Epitacia Zamora, que dio su vida por convidarnos un poco de agua pura. Sí, Colima está en las palabras que los nadie siguen lanzando al aire, pidiendo paz, haciendo justicia. En todos los guerreros cotidianos con más esperanza que remordimiento, con más ilusión que frustración.
Solo quiero que el Sol siga brillando en vuestras cabezas, Colima puede con todo, el poeta Salinas decía “Ese es tu sino: vivirte, tu gran obra eres tú, nada más”. Solo quiero que Colima siga siendo esa tierra que me abrió los brazos y el corazón para caminar junto a ustedes. La luz ilumina la oscuridad.