La voz de la conciencia (sarcasmo)

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Sales temprano cargando la vida: pasarás todo el día fuera de casa.

Antes hiciste los quehaceres y dejaste la comida hecha. Lavar y planchar y limpiar la casa es tu tarea. Te vas al trabajo: ocho horas sentada, escuchando órdenes, escribiendo oficios, haciendo café para todos los de la oficina, con media hora para desayunar y ¡córrele! porque no te alcanza el tiempo; todavía tienes que archivar lo que salió del día.

A quince minutos de terminar tu jornada, el jefe habla de una reunión urgente ¡oh, no! hay que hacer algunas llamadas telefónicas para que recojan a los niños de la escuela. Siempre te toca a tí, aunque últimamente, has tenido que buscar el apoyo en la vecina para que los lleve a casa mientras llegas, porque parece que se le está haciendo costumbre al jefe citar a reunión a deshoras.

Y ni modo de no quedarte; luego sale con que “agradece a quién te paga”, o “tú te debes a esta institución” o tal vez: “no es de diario, solo que ahora urge”.

Suspiras y das gracias a Dios. Por lo menos tienes trabajo, aunque paguen mal, aunque cada vez te reducen más las prestaciones, porque a tu líder sindical le pareció bien aceptar la rasurada que le dieron al contrato colectivo de trabajo.

Pero bueno, tu no eres política, dejas eso para los que sabe, al fin y al cabo, es mejor no meterse porque sino, te pasa lo que a “los otros”, los que son innombrables; aquellos que despidieron por reclamar derechos, por atreverse a decir que alguien está usando el dinero de la institución para su propio beneficio, se fueron por no aprender a quedarse callados.

“Calladita te ves mas bonita”, te dijeron muchas veces y tu te la creíste, pero a medias, porque aunque te callas, todavía crees que es necesario maquillarte, ponerte zapatillas y la faja que aprieta la lonja, porque no eres lo suficientemente bonita. Luego tus compañeros se burlan si no lo haces.

Que si traes la cara lavada, te preguntan que si te levantaste tarde porque no te alcanzó el tiempo para arreglarte; que si traes zapato plano te dicen que no se habían dado cuenta que eras tan chaparrita; que si tu ropa interior no aprieta el cuerpo, te dicen “¡estás engordando!”. Eso te aterra, porque sabes de tu amiga, la de la otra oficina, que al final dejó de trabajar ahí, dicen que porque ella ya no quiso estar en ese lugar.

Tú sabes que fué porque engordó y su jefe ya no la quiso como secretaria y la presionó para que se fuera. Alguien te dijo que eso es acoso laboral. Tu sabes que fue descuido. La culpa la tiene ella por gorda, para que se pone a comer como si nada, ¡hay que cuidar el trabajo! Así, como tú la haces, así como tú lo cuidas, así, quedándote hasta tarde, aunque te paguen poco, aunque estés incómoda.

Dicen que hay mujeres que por menos que eso que te sucede a tí, demandan a sus jefes ¡donde tienen la cabeza! ¡demandar al jefe! ¡Si ellos siempre tienen la razón! por eso son los jefes. Piensas y te convences: “las mujeres estamos hechas para aguantar eso y mas…¿o no?”