Según un filósofo contemporáneo, la universalidad es el aguijón político por excelencia de toda demanda organizada, sin ello los conflictos seguramente terminarán reducidos a mera polémica. En otras palabras, si una demanda o reivindicación no responde al todo social, difícilmente trascenderá en un impulso de transformación verdadera.
Precisamente esto es lo que parece ocurrir con el tema del transporte público en Colima, donde todo el debate se reduce al aumento de precio de los autobuses, se simplifica en una cuestión de mala voluntad de los transportistas, y se polemiza en una organización estudiantil excesivamente teatralizada y sin coordenadas políticas, así como en una disidencia estudiantil desdibujada y sin recursos para ofrecer alternativas de organización.
Independientemente de los motivos, es un hecho que la Federación de Estudiantes Colimenses ha sido la única con capacidad de poner en debate el asunto del transporte público. Después de denostar la protesta estudiantil, ahora la FEC utiliza las calles para hacer gala de un músculo político desarrollado en las prácticas clientelares tan tradicionales de nuestra cultura política. Pero entre tropiezos, vanidades excesivas y deslices en el ridículo, la Federación de Estudiantes está lejos de politizar el problema, de hecho solo lo está polemizando y con ello, construyendo una peligrosa arma que en cualquier descuido puede volverse en su contra.
Hay que dejar en claro que el aumento del precio en los autobuses de transporte público no es un problema estudiantil, aunque sin duda los estudiantes son un sector sumamente afectado por el aumento de costos en este servicio. Este es un problema social, que afecta a todos los ciudadanos usuarios. Si no reivindicamos una demanda como parte del todo social difícilmente será política, e incluso, contribuirá a la sectorización y a la simplificación de los problemas.
El problema tampoco se centra en el aumento de precio en los camiones, sino que se trata de un sistema público de transporte, que incluye dimensiones desde la planeación urbana (y un absurdo énfasis en construir una ciudad a modo para los automóviles particulares) hasta las prácticas corruptas de políticos y transportistas en común acuerdo.
En este sentido, el tratamiento del tema por parte de los estudiantes organizados pasa de ser una reivindicación social a ser una defensa de privilegios: los estudiantes están lejos de ser vanguardia o portavoz de una sociedad que exige el derecho a un sistema de transporte de calidad y accesible; al contrario, la organización estudiantil está delimitando el problema en torno a sus intereses más inmediatos y en torno a un escenario montado para crear héroes y villanos, donde la aparente defensa de los estudiantes redituará en un cierre magnánimo del periodo de Fernando Mancilla, corroborando porqué obtuvo el merecido título de suplente de diputado federal, después de haber aceptado abnegadamente la extensión de su mandato en la FEC por petición de una comunidad que defiende con cuerpo y alma (con todo y puño levantado en la foto).
Los villanos de la historia por supuesto son los transportistas, aquellos malvados dueños de autobuses que solo piensan en ganar dinero a costa de ofrecer un pésimo servicio que siempre prometen mejorar y nunca cumplen. Esto puede ser cierto pero no es la verdad completa; en teoría tenemos una entidad gubernamental y una serie de leyes que nos permiten prevenir y defendernos de los caprichos de los dueños del transporte.
Sí, las unidades son pésimas; los horarios, rutas y paradas son un desordenadas e insuficientes. Pero ¿No se supone que existe una unidad de gobierno encargada de regular este servicio? ¿El sistema de transporte lo diseña el Estado o los dueños de los camiones?
Pareciera que esto no importa, porque incluso, la FEC tendría capacidad de adquirir unidades de transporte para uso exclusivo de sus afiliados ¿entonces porqué marchar exigiendo un mejor servicio público si pueden hacer el suyo?
Según declara el dirigente de la FEC, con apenas la mitad del actual precio de las rutas urbanas, se ofrecería un transporte más eficiente y de calidad que el que actualmente es parte del conflicto. Pero solo para los estudiantes afiliados. Pasamos entonces de la lucha social a la reacción sectorial.
Pero concedamos que este problema se delimite a los estudiantes. En este caso la preocupación pasa por defender la situación económica del estudiante así como su integridad. Entonces queda mucho campo para trabajar, empezando por las excesivas cuotas de la Universidad de Colima y el negocio de la renta de las caferías.
Por otra parte, la disidencia estudiantil organizada ha tenido presencia desdibujada en este asunto; se rumora que hay intenciones de acercamientos a los transportistas para pedir se universalice el derecho al descuento para toda la población estudiantil, independientemente de su afiliación a la FEC. Realidad o rumor, la ausencia de posicionamiento y debate público pocos elementos nos arrojan para adjudicarle a los estudiantes disidentes, la tarea de reivindicar al estudiante como sujeto político y vanguardia de lucha social. Incluso, pareciera que entre una indiferencia generalizada de la población y el reflejo de ver a la FEC como alter-ego a derribar, las posibilidades de que MED se convierta en una alternativa de organización se diluyen.
Si nos forzáramos a ser positivos podemos hacer un ejercicio de comparación: al menos entre la polémica, el teatro ridículo y la falta de brújula, los estudiantes debaten y se cuelan en la agenda y la desvían del control tradicional. Frente a esto, el papel y el posicionamiento de los partidos políticos, sindicatos u organizaciones sociales, ha sido nulo o sinsentido.
Mejor será comprarse un par de boletos del sorteo loro, usted puede ganarse un automóvil y evitarse esos problemas de la gente que anda a pata.