Casi diario que reviso las actualizaciones de Facebook, encuentro noticias de balaceras, asesinatos o cuerpos encontrados. A la par que se resolvía el drama electoral, inició una ola de hechos delictivos que acompañan los primeros días del gobierno de Ignacio Peralta.
Es probable que grupos del crimen organizado estén actuando bajo una lectura de oportunidad desprendida del cambio de gobierno estatal. Pero esta es una explicación demasiado fácil que ya nos regaló Arnoldo Ochoa: la violencia se ha desatado entre gente deshonesta que no tiene nada que ver con la vida proba del estado. Si esto fuera cierto, parecería hasta deseable que se maten entre ellos.
La otra explicación ha sido exprimida hasta el cansancio por el Alcalde de Tecomán: se trata de personas de fuera. Y entonces los muertos pierden importancia y se convierten en algo normal dentro de las disputas entre cárteles que sólo toman prestado el territorio colimote como ring.
Por lo regular se piensa a Colima como un espacio codiciado por grupos del crimen organizado que se pelean entre ellos por controlar el territorio, y esto es correcto parcialmente, pues no se trata tan sólo de cómo los grupos se desplazan unos a otros a punta de pistola, sino de cómo tienen que lidiar por destruir estructuras financieras, políticas y operativas bien arraigadas.
Quizás al alcalde Tecomense le serviría saber que su ciudad ha sido de las más violentas durante 2014, 2015 y parece que este año no saldrá del top ten. Si su tesis fuera cierta bastaría con construir un muro al estilo Donald Trump. Pero hay factores intrínsecos a la vida económica, política y social de los territorios que desatan estos ciclos de violencia.
Para mí, uno de los factores más preocupantes es cómo parece volverse normal vivir estos ciclos. Los colimenses parecemos asumir esta realidad como los terremotos; eventualmente llegan por factores externos y nos toca sufrir daños colaterales. Y así, arrastramos de forma casi invisible cientos o miles de muertes de mujeres, jóvenes, padres y madres de familia, sacerdotes y hasta políticos.
El gobierno de Mario Anguiano, con apoyo de algunos empresarios que hoy son dirigentes de Cómo Vamos Colima, promovieron hace dos años un “Acuerdo por la seguridad y la Justicia”, un pacto que entre sus principales acciones, impulsaba un tipo de censura por prudencia para disminuir la nota roja en los medios de comunicación.
Pero la violencia y el narco venden. El Ecos de la Costa llegó al extremo de publicar una explícita foto de una joven asesinada. Durante algún tiempo Colimanoticias nos ofrecía un conteo de asesinatos llamado ejecutómetro, simbolizado por un cuerno de chivo derramando sangre.
De forma contrastante en los comunicados de prensa el gobierno es eficiente en el combate al crimen; capturan narcomenudistas y jóvenes que portan churros. Las corporaciones policiales montan operativos para perseguir a los que portan cara de sospechoso. Ya lo dijo el presidente de la Federación de Transporte: todos los ciudadanos somos potenciales delincuentes.
Parece que nos obligamos a entrar en una especie de resignación donde tenemos que soportar momentáneamente las disputas entre los malos, y de paso que se nos olviden los muertos y desaparecidos. Según Nacho, con las mismas estrategias y el olvido, volveremos a ser el estado más seguro del país.